Los primeros estudiantes del Externado
Un grupo de muchachos sube la escalera hacia el segundo piso del edificio de Las Galerías, el primer centro comercial de Bogotá, en el costado occidental de la Plaza de Bolívar, donde hoy está la Alcaldía Mayor.
Una construcción en cuyas galerías funcionan almacenes: ropa y vajillas venidas del otro lado del mar, la sombrerería ‘Al Progreso’, del alemán Emilio Streicher y otros locales.
Los jóvenes prestan poca atención a las vitrinas. Piensan en la segunda oportunidad que se les presenta con la apertura del Externado, que les abría las puertas sin averiguar si eran liberales o conservadores, católicos o protestantes, ateos o muy religiosos. Allí, en unas pocas habitaciones en arriendo se iniciaban las clases del Externado, el 15 de febrero de 1886.
Asombrados, los nuevos alumnos, muchos de ellos expulsados de la Universidad Nacional o del Colegio del Rosario, vieron entrar al nuevo instituto, como profesores, a las grandes figuras del liberalismo radical dispuestas a no dejar morir sus ideas.
Listos a dictar sus cátedras allí estaban, incluso, expresidentes de la nación como el viejo Froilán Largacha; estadistas como Salvador Camacho Roldán constituyente de Rionegro, el primer sociólogo que tuvo el país y otros personajes que solo despertaban respeto y que habían acudido al llamado del más joven de todos ellos, Nicolás Pinzón.
“En los primeros meses del año de 1886 acudíamos a la capital de la república casi todos los estudiantes liberales que habíamos principado nuestra carrera en los claustros de la Universidad Nacional o en el Colegio del Rosario y que habíamos salido con vida de la recién pasada guerra. Estropeados, hambrientos y andrajosos, con la tristeza en el alma y llenos de enojosa incertidumbre, volteábamos diariamente y sin objeto por las calles… y cuando ya desesperábamos, una voz de aliento sonó para nosotros…
Era la voz del Dr Pinzón W., nuestro antiguo catedrático de Ciencia Constitucional en el Rosario, quien condolido de nuestra suerte, había consultado con su noble corazón y su luminoso cerebro, y había hallado el modo de sernos útil y de prestar señaladísimo servicio.
…El doctor Pinzón era en esa época demasiado pobre; pero su padre hipotecó a favor de uno de los bancos de Bogotá el único bien que poseía -una casa en la ciudad de Zipaquirá- e hizo que el banco abriese una cuenta corriente al doctor Pinzón W. por 10.000 pesos… Tomó en arrendamiento tres piezas en el segundo piso de la casa del señor Indalecio Liévano situada en los portales de la Plaza de Bolívar, las amobló modestamente con algunos útiles suministrados por el señor Rafael Iregui, nos llamó y nos hizo saber que allí podríamos continuar nuestros estudios, pagando lo que buenamente pudiéramos, o no pagando nada absolutamente.
…Los conservadores y el Gobierno principiaron desde entonces a mirar con recelo y con visible antipatía las enseñanzas que se daban en el Externado, llevando el Gobierno su inquina hasta el punto de hacer saber al Dr. Pinzón W., por conducto del Ministro de Guerra Angulo, que cerraría el Colegio si no se sometían a la censura del Gobierno, los textos de enseñanza. Por fortuna no era el doctor Pinzón W. hombre a quien se pudiese intimidar… Le contestó al ministro que el Gobierno podía cerrar el colegio si se atrevía a hacerlo por la fuerza, pues tanto él como los demás profesores y los alumnos estaban dispuestos a hacerse matar».
Gabriel Mejía, uno de los primeros estudiantes externadistas.
Como pudieron, se acomodaron los primeros estudiantes del Externado en aquellas precarias aulas, porque los documentos hablan de cien alumnos que acudieron al llamado de Nicolás Pinzón. En la calle, los transeúntes los empezaron a reconocer por llevar sobre sus prendas de vestir la insignia del Externado bordada, la misma que 130 años después nos sigue identificando: los ramos de laurel y olivo, que significan la victoria y la paz; la Constitución por encima de la espada, como señal del apego a la ley sobre las soluciones bélicas y la frase latina post tenebras spero lucem, “después de las tinieblas vendrá la luz”, afirmación de la confianza en un futuro mejor.
En noviembre de 1886, ocho alumnos que habían sido expulsados de las Universidades intervenidas por el gobierno, obtuvieron su título profesional en el Externado: Tomás O. Eastman, Gabriel Mejía, Jesús M. Gómez, Julio C. Gómez; Liborio Orejuela, Wenceslao Rengifo, Pedro A Pabón y Joaquín S. Lemus.
En su primera época el Externado confería los títulos de Profesor en Cuentas, Bachiller en Filosofía y Letras, Doctor en Filosofía y Ciencias Políticas y Doctor en Jurisprudencia.
¿Qué fue de aquellos externadistas de los primeros años?
De algunos se ha perdido la pista, tal vez para siempre; otros dejaron huellas que han permitido tenerlos presentes hasta hoy. Es el caso de Nemesio Camacho, quien obtuvo su título un poco más tarde, cuyos descendientes donaron a Bogotá el terreno donde se construiría el estadio El Campín. Camacho financió a los liberales en la Guerra de los Mil días; fundó, con otros, el Banco Central (hoy Banco de la República); construyó ferrocarriles y teatros de cine. Y fue tan popular, que los vagones del tranvía de la compañía de la cual fue gerente se conocieron con el nombre de “Nemesias”.
Tomás O. Eastman, hijo y nieto de ingenieros ingleses radicados en Marmato, Caldas, fue político y ministro y es recordado por haber aplicado sus conocimientos jurídicos a defender los derechos de los mineros de la región. Lucas Caballero Barrera escribió las “Memorias de la Guerra de los mil días”, documento esencial de nuestra historia. Le quedó tiempo para ser ministro, diplomático y empresario de textiles.
Con Caballero, no pocos de los primeros egresados, movidos por las duras condiciones del liberalismo al finalizar el siglo XIX, interrumpieron su vida profesional y se alistaron como combatientes en la Guerra de 1895 y en la de los Mil días. Es el caso de Ricardo Hinestrosa Daza quien fuera posteriormente rector del Externado.