El Externado del barrio Santafé
En 1942 la Universidad tuvo su primera sede propia en el barrio Santafé (carrera 16 nº 24-45), entonces un respetable vecindario residencial.
Había 10 salones de clase decorados con bancas largas de madera; un aula máxima amoblada con las sillas que habían sido del teatro Colón y dos patios interiores, instalaciones que nunca llegaron a acoger a más de 400 estudiantes, muchos de ellos venidos de provincia, alojados en modestas pensiones, vestidos formalmente, dedicados al estudio y a la tertulia en cafés y tienditas… Muchos acudían a La Colombianita, en la avenida Caracas con calle 24.
Se daban su “septimazo”, iban a cine en el Faenza y se ‘morían’ de la risa con Cantinflas. La vida nocturna, aseguran, era reducida, por el temor de ser detenidos durante el toque de queda.
Los profesores no pasaban de 30 y los funcionarios se podían contar con los dedos de la mano: una secretaria, una bibliotecaria, un portero que manejaba el mimeógrafo y que, eventualmente, preparaba ‘tinto’.
El rector conocía los nombres de todos los alumnos, sabía de sus dificultades y era considerado con los que se ‘colgaban’ con los pagos. Y, como en otras épocas, el Externado les dio techo a estudiantes pobres, a cambio de la realización de algunos oficios, y siempre bajo la condición del buen desempeño académico. Debajo de una escalera se adecuó una pieza en la que vivieron, entre otros, Alfonso Reyes Echandía, directamente importado de Chaparral (Tolima); el quindiano Bernardo Alzate de la Pava y Teodosio Valera, hijo de Juan de la Cruz Varela, guerrillero liberal.
Recuerdos de maestros
Al finalizar el año había exámenes orales o escritos, a elección del estudiante. De acuerdo con testimonios, para muchos de esos docentes solo existían tres posibilidades de calificación: 1 para los que perdían; 2 para los que debían habilitar y 3 para los que aprobaban el curso.
Y cada cual guarda en su memoria la imagen indeleble de uno u otro maestro. Muchos de los alumnos del maestro Darío Echandía, que tuvieron el privilegio de tomar ‘tinto’ con él, aluden a su hablar lento, a su manera de sentarse, como acostado, a sus demoledores comentarios, a su sentido del humor, su autenticidad tolimense, y a la manera como promovía la discusión y dejaba a los alumnos el problema de elegir textos. Eduardo Umaña Luna, decía que en sus clases “hablaba de Santo Tomás y su Summa Teológica con tal pasión que todos sus estudiantes salían tomistas; a la siguiente clase hablaba de Marx con la misma intensidad, y terminaban siendo marxistas”.
La cascarita, deporte ‘Olímpico’
Ante la carencia de canchas deportivas, los externadistas supieron popularizar el deporte de la “cascarita”, que consistía en mantener una cáscara de fruta impulsada con el pie, sin que esta tocara el piso, el mayor tiempo posible. Con las barras de las compañeras llevaban a cabo los campeonatos en los que casi siempre resultaba vencedor un estudiante llamado Fabio Calderón Botero (uno de los magistrados inmolados años después en el Palacio de Justicia). Los bolos, los billares y el tejo, fueron otros pasatiempos.
De resto, soñar con las vacaciones. No pocos regresaban en el tren, o en el ‘autoferro’, más rápido, para encontrarse en la estación con una novia que habían dejado meses atrás. A veces el ferrocarril era la primera escala y el estudiante llegaba a casa a bordo de un bus escalera.
Los costeños hacían el recorrido hacia Bogotá en los vapores del río Magdalena, desde Barranquilla hasta Puerto Salgar, turnándose un camarote entre varios. Y vaya uno a saber por qué pero desde siempre existió una empatía de los estudiantes del litoral, sus familias y sus colegios con el Externado, al punto que los profesores de bachillerato, desde la distancia, les buscaban el cupo.
¿Estudias o trabajas?
El desempeño de trabajos variados de manera simultánea con el estudio no fue cosa rara para los externadistas que fueron mensajeros y notificadores de los juzgados; otros, sustanciadores; algunos trabajaban en el comercio y en otros sectores.
Pero hubo una alumna, Aydée Argüelles, que sorprendentemente se estrenó como auxiliar de la sala penal del Tribunal Superior de Bogotá, sin haber terminado el primer año de la carrera. Ella fue de las primeras especialistas en la materia, en el país y en el Externado, donde luego llevó a cabo estudios de posgrado en 1972.
Otros, como el después magistrado Dídimo Páez reconoce que, como le fascinaban las clases de Carlos Restrepo Piedrahita:
“tomaba apuntes y reproducía unas conferencias de clase que, complementadas con referencias bibliográficas, vendía a mis compañeros para ayudarme con unos pesitos”
Más adelante, el exalcalde de Bogotá y exministro Julio César Sánchez, que había comenzado como mesero en el Hotel Tequendama, terminó como auxiliar del secretario de la Universidad, como premio a sus buenas notas.