El Externado: una casa familiar
Por lo demás, el Externado seguía siendo una casa familiar, un lugar en el que todos se conocían, donde las relaciones de los empleados con los estudiantes eran amistosas, en aquella casa decente y austera de la 24 con 16, con dos patios y muy escasos servicios al estudiantado.
La moda había cambiado muy poco respecto de las décadas anteriores y los muchachos continuaban asistiendo a clase con vestido entero y corbata; algunos aún usaban sombrero, y eran objeto de burlas de sus compañeros. Las niñas, con “batica” y zapatos de tacón. En 1960 había unas 13 en toda la universidad y para la mayoría los primeros días de clase resultaron intimidantes.
En los salones fumaban los profesores, fumaban los estudiantes y ya no estaban aquellas bancas largas de años anteriores, que fueron remplazadas por sillas individuales: un cambio importante en términos pedagógicos, ya que la distribución podía modificarse y, por ejemplo, formar círculos que invitaban a mayor participación.
“Cuando yo estaba en primer año murió mi papá. ¿A dónde más me llevaban la noticia, si no a la Universidad? Eliécer (el portero) me fue a buscar al salón a decirme que me llamaban de Chaparral… se supo la noticia, porque todo era pequeño. Cuando regresé del Tolima, doña Elvinia, la secretaria, me entregó un cheque que me había dejado el profesor Samuel Finkelnstein… Cuando mi grado, recuerdo la forma tan afectuosa como [el doctor Hinestrosa] saludó y trató a mi mamá, que venía por primera vez a Bogotá. Esa era la universidad”, relata Alfonso Gómez.
Y a propósito del teléfono, un solo aparato ubicado en lugar público servía para la comunicación de los estudiantes, desde y hacia el exterior… Al aparato llegaban las noticias urgentes y todo se sabía. Pero también las llamadas telefónicas que se voceaban “Fulanito de tal, al teléfono”, fueron el pretexto ideal para hacer salir de clase a algún alumno. Como se ve, ya desde entonces el teléfono era factor distractor de la vida académica.
En la secretaría había una greca y en torno a ella, entre clase y clase, se reunían los profesores: ministros, magistrados, figuras públicas, que comentaban la situación política; los estudiantes se acercaban con preguntas e inquietudes.
Cada alumno de la época evoca con nostalgia un café, una tienda, una panadería, donde se encontraban los compañeros y arreglaban el país entre tintos, empanadas y roscones recién salidos: La Colombianita, La Ronda, Doña Rosa, Solimar… Entonces ningún alumno y casi ningún profesor tenía carro, y los pocos que llegaban se estacionaban en la calle. Todos llegaban en taxi, en bus, en microbús o en el troley, cuyo paradero estaba en la calle 23.
Con terror, por decir lo menos, los estudiantes de entonces recuerdan el examen final público que se hacía al terminar el año: “en el preparatorio de Civil, el doctor Ricardo (Hinestrosa) quiso presidir la evaluación, con 4 profesores más del área. Después de esa prueba, puedo decir con toda seguridad que ya no le tengo miedo a nada”, asegura el entonces alumno, Jaime Bernal Cuéllar.
En aquella época, declara la hoy profesora María Cristina Morales, “los estudiantes éramos mucho más críticos de los profesores e, incluso, los tumbábamos. Decíamos: ‘no volvemos a entrar a ese ‘ladrillo’ de clase, ese señor no prepara clase, ese señor no viene’”.
De otro lado, había intensa actividad extracurricular, en grupos de estudio que se preparaban para la docencia con Alfonso Reyes Echandía, y en las Sociedades Jurídicas, que integraban los mejores alumnos de los últimos años para hacer debates sobre temas de actualidad.
Parrandas y reinados
Esa vieja costumbre de elegir reinas de los estudiantes, se mantuvo hasta el comienzo de la segunda parte del siglo XX, aunque más concentrada en el ámbito de la universidad. Cada curso elegía su candidata, que hacía campaña, y la reina era elegida por un jurado integrado por directivas de la Universidad e invitados especiales, en medio de desfiles de carrozas y parrandas.
¿Puede imaginarse a un personaje tan serio y tan tímido, como el profesor Alfonso Reyes Echandía, pronunciar el ‘discurso de coronación’ de la reina externadista? Pues así ocurrió el día en que fue elegida Otilia Dueñas, en pleno Salón Rojo del Hotel Tequendama.
Tiempos en que los estudiantes leían no solo textos, por obligación, sino literatura, y elegían para hacerlo los parques y las bibliotecas públicas e, incluso, la tranquilidad del Cementerio Central de Bogotá, muy cerca del Externado.
De trasteo
A todas estas, en la nueva sede de la Universidad, adquirida en 1959, se elevan ya los nuevos edificios A y B, listos para albergar este Externado en crecimiento. El 11 de agosto de 1969 se lleva a cabo el trasteo a lo que el rector llamó una “tierra prometida” en los cerros orientales de Bogotá:
“Señores estudiantes: esta es su casa: alégrenla con su presencia integral; cuídenla con el mayor esmero, y contemplémosla todos como una encarnación de nuestro espíritu universitario”.
Paris 68 en el barrio Santafé
Y claro, en algún momento llegaron los ecos del movimiento estudiantil de Paris – 68 que en mayo de ese año enviaba invitaciones ciertamente seductoras, escritas en las paredes, como estas y otras, que muchos mantienen en la memoria con nostalgia:
«La acción no debe ser una reacción sino una creación»
«Es necesario llevar en sí mismo un caos para poner en el mundo una estrella danzante (Nietzche)»
«Tomemos en serio la revolución, pero no nos tomemos en serio a nosotros mismos»
«Olvídense de todo lo que han aprendido. Comiencen a soñar.»
“Prohibido prohibir»
En el Externado, luego del traslado a la sede de los cerros orientales, comenzaron a verse pelos largos entre los hombres, faldas cortas entre las mujeres, y otros signos y símbolos que quisieron señalar una diferencia, como la ruana y las mochilas, cuyo uso se generalizó con de la intención de rescatar los valores estéticos locales.
Estudiantes que condenaron los neocolonialismos; preguntaron, con Mario Benedetti: “¿de qué se ríe, señor ministro”; se burlaron, con Piero, de “Los americanos”, acompañaron el amor con Neruda y fueron íntimos de Mercedes Sosa.
Muchas de estas expresiones culturales llegaban del Cono sur, donde se vivían momentos aciagos a causa de las conocidas atrocidades cometidas por las dictaduras que se entronizaban en el poder.
De alguna manera Colombia no fue ajena a esa ‘enfermedad’ pues la aplicación del tristemente recordado Estatuto de Seguridad, significó persecución y represión hacia ciertos sectores como lo recuerda Juan Carlos Henao, estudiante de derecho en los años 70 del siglo XX.
“Esa época del Estatuto de Seguridad movió mucho al Externado… Hay unas 30 o 40 sentencias condenando al Estado por las torturas que se realizaron allá (en la Escuela de Caballería de Usaquén)… Recuerdo la paranoia muy grande, de quienes teníamos algún tipo de cercanía con grupos de izquierda… No estábamos en la guerrilla, pero yo sí tenía un grupo de gente con la que pegábamos afiches en las calles… eso era absolutamente riesgoso… Y a los estudiantes que cogían los llevaban a la Estación de Policía de Los Andes y a Fernando Hinestrosa le tocaba interceder como fuera para que soltaran a los del Externado”.