Ser estudiante en tiempos del narcoterrorismo
Tabitha Hagerthy era su nombre; una pelirroja que no llegaba aún a los 20 años. Estudiaba Comunicación Social en el Rochester Institute of Technology (Estados Unidos) y había venido al Externado en virtud de un convenio entre su universidad y el posgrado en Dramaturgia para Guiones Audiovisuales, que se acababa de establecer en la nuestra. Este programa, a su vez, se había asociado con la productora de televisión colombiana RTI que, en ese momento, realizaba la serie “Los pecados de Inés de Hinojosa”. Los estudiantes del Externado y los extranjeros en intercambio, tenían la posibilidad de trabajar en dicha producción como parte de su formación como guionistas.
La ‘gringuita’ estaba radiante como ayudante de cámara, no solo por hacer parte de la gran producción colombiana, sino porque Cupido se había inmiscuido en el asunto, y la muchacha se había enamorado perdidamente de un camarógrafo de RTI.
La siguiente escena de esta historia se desarrolla en el aeropuerto internacional El Dorado, el 20 de agosto de 1989. Unos pocos pasajeros que deambulan por ahí, voltean a mirar a la pelirroja, cuyas lágrimas resbalan sobre sus pecas. En su mano, una rosa roja marchita que su amor le ha entregado algunas horas antes. Hace dos días que Colombia está convulsionada con el asesinato del candidato presidencial Luis Carlos Galán. La actividad cotidiana está suspendida. Hay amenaza de nuevos atentados, y ya sabemos hasta qué punto la mafia del narcotráfico cumple lo que promete. En el Externado se ha tomado una decisión: es demasiado peligroso para una estudiante como Tabitha permanecer en este país en tales condiciones. Y le anticipan su regreso a Estados Unidos.
Son tiempos salpicados no solo de corazones rotos, sino de vidas, de ilusiones, de sueños y esperanzas, al punto que muchos dudaron de la viabilidad del país. Y no fue la única vez que se tuvo que cancelar una visita académica a causa del miedo, o que académicos colombianos en el mundo tuvieran la desgracia de ser señalados.
Uno a uno fueron cayendo. La crisis se desencadena de manera definitiva el 30 de abril de 1984, cuando cae asesinado el Ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla -abogado externadista- enfrentado con las mafias en el Congreso Nacional. Es el primero de una larga lista de víctimas que nuestra universidad aportó en este periodo en el que la mafia del narcotráfico puso en jaque a un país entero al decir que preferían “una tumba en Colombia que una celda en los Estados Unidos”, en referencia al tratado de extradición que se revivió, justamente, a raíz del asesinato de Lara Bonilla.
Lara Bonilla en el Externado:
Reyes Echandía en el Externado:
Los estudiantes del Externado se enfrentan casi a diario, con estupor, con la noticia de la muerte de alguien que los ha antecedido en las bancas de clase; un profesor que el día anterior denunciaba la injerencia indebida y violenta de los narcos en la vida nacional; de un juez que no se había dejado sobornar; de un político que se enfrentaba con la mafia en su región. Ministros, magistrados, alcaldes, gobernadores, directores de periódicos, pasajeros de un avión o inocentes transeúntes a quienes el estallido de una bomba los agarra en el lugar equivocado.
Y faltaba lo peor: porque los días 6 y 7 de noviembre de 1985, ocurrió lo impensable. Si la tragedia del Palacio de Justicia lo fue para Colombia entera, qué decir para el Externado. Todos teníamos allí un profesor, un amigo, un conocido, un estudiante. Y, además, se había atentado contra la justicia, uno de los valores por los que siempre hemos luchado.
Magistrados Externadistas inmolados en el Palacio de Justicia.
6 de noviembre de 1895
Mucha falta nos hicieron los que nos habían dicho ‘hasta mañana’, pero nunca volvieron. Mucha zozobra y angustia desde el Externado, donde se escuchaban las detonaciones y se veía el humo negro sobre el cielo bogotano. Dolor y rabia sintieron los estudiantes encargados de recibir los cuerpos de sus maestros inmolados, para ser velados en el salón D 200.
Dos estudiantes estaban adentro
A los pocos minutos de la toma del Palacio ya había corrido la voz por nuestros pasillos: dos estudiantes de Derecho estaban adentro y nada se sabía de ellos: los jóvenes costeños Eduardo Matson de tercer año y Yolanda Santodomingo, de cuarto, habían entrado a buscar al profesor Rafael Urrego, entonces conjuez de la Sala Penal de la Corte, para presentar un examen pendiente. Años más tarde así narró Matson el momento al diario El Tiempo:
“Yolanda había entrado a un baño y yo me puse a hablar con un mesero (en la cafetería) cuando empezaron los disparos. Primero pensé que eran en la calle, cuando sale una muchacha bajita, de sastre azul, con un arma en la mano y dice: ‘Esto es una toma’. Agarré a Yolanda del brazo y empezamos a correr hacia una escalera que había cerca…. Luego, nos asomamos a una ventana que daba a la carrera 8ª, pensando que podíamos saltar, y desde allá estaban disparando. Nos devolvimos y nos tiramos al piso…. Como a las 4 de la tarde del 6 de noviembre (el primer día de la toma) aparecieron unos soldados y nos llevaron a una habitación… En ese sitio había más militares que nos interrogaron y nos preguntaron dónde estudiábamos, quién era el rector del Externado, dónde quedaba la universidad…”.
Lo que pasó después con los estudiantes Matson y Santodomingo, quedó grabado para siempre en su memoria, en todos sus sentidos: como por arte de magia, las víctimas se convirtieron en sospechosos de ser parte del grupo guerrillero y fueron detenidos en la Casa del Florero, donde fueron agredidos con golpes, patadas, palabras soeces y humillaciones verbales, para luego ser conducidos al batallón Charry Solano, en el sur de Bogotá, donde continuaron los vejámenes y las torturas, en busca de una autoincriminación que nunca llegó.
Según el propio Matson de no ser por un ardid inventado por él, según el cual su padre era un magistrado, la lista de los desaparecidos del Palacio de Justicia hubiera aumentado con los nombres de los dos externadistas que, finalmente, fueron abandonados a la media noche en el centro de Bogotá.
Atolondrados, por decir lo menos, los alumnos del Externado piden explicaciones. En una “Convocatoria pública por los hechos del 6 y 7 de noviembre de 1985, reunidos en Asamblea general convocan a todos los sectores del país que estén interesados en la defensa del Estado de Derecho y en abandonar la violencia como instancia de acción política, a participar en las jornadas democráticas que se realizarán en nuestra universidad a partir de las 9 de la mañana del jueves 14 de noviembre, cuando nuestra casa de estudios se constituirá en tribuna de reflexión y debate en donde la razón se imponga frente a la violencia. Su participación es indispensable, merezcamos la democracia”.
Los cien años del Externado: un paréntesis
Marcadas por el toque de optimismo que encareció el rector del Externado, Fernando Hinestrosa -quien había rechazado por inútiles e irreales las visiones apocalípticas del futuro de Colombia y reiterado su confianza en la viabilidad del país, a pesar de todo- se llevaron a cabo las celebraciones de los 100 años del Externado, en febrero de 1986.
Desde el ingreso a la universidad en enero anterior todo se salió de la rutina y comenzaron a verse por todo el campus “los de verde”, grupo de estudiantes voluntarios uniformados, comprometidos a fondo con la organización de la efeméride. Indudablemente, las estrellas de esta fiesta fueron los alumnos: tanto los más antiguos que acudieron a la celebración, como Luis Angel Tofiño, egresado en 1924 y los que entonces comenzaban su experiencia universitaria, pertenecientes al año 101 de vida del Externado. A ellos les dijo el rector en su alocución de bienvenida:
“Son ustedes jóvenes, séanlo siempre, séanlo siempre en su espíritu, en su inconformidad, en su inquietud, en su ambición; aspiren a superarse, anhelen lo máximo, y exíjanse, desarrollen su disciplina personal, su capacidad de estudio, de trabajo. Huyan de los triunfos fáciles, busquen la dificultad, acepten los retos y sientan la satisfacción de ir superando, de ir triunfando, adquieran el hábito de anhelar lo grande y exigirse lo más”.