La chispa de la MANE
A comienzos de 2011, una chispa enciende una vez más el fervor estudiantil: se trata de un proyecto de ley que busca reformar la Ley General de Educación (30 de 1992). Si bien el estudiantado aceptaba la necesidad de una reforma, los cambios introducidos en el proyecto se les presentan como altamente lesivos a la autonomía universitaria y a la educación superior. La mayor parte de los rectores, públicos y privados, están de acuerdo con los jóvenes
El proyecto establecía el impulso a la inversión privada en la educación superior por medio de fundaciones nacionales o extranjeras, con ánimo de lucro. Aunque este punto se retiró del proyecto, muchos sostuvieron que este había conservado su carácter mercantil, al dejar de lado la idea de educación como derecho fundamental.
“Asimismo, la propuesta del gobierno de aumentar su aporte a las Universidades, en proporción al incremento del Producto Interno Bruto (PIB), suponía dejar a las instituciones de educación superior al vaivén del desarrollo económico… Numerosos grupos estudiantiles coincidieron en el rechazo al proyecto. A partir de entonces, el protagonismo fue asumido por la Mesa Ampliada Nacional Estudiantil – MANE, entre cuyos líderes más beligerantes hubo varios externadistas.
Comunicación salida del molde
Una estudiante con la cara pintada, se acerca a un policía del temido ESMAD, una especie de terminator; él se pone en guardia; ella se sigue acercando y de buenas a primeras le da un abrazo y le estampa un beso, no digamos en plena boca, porque no se puede, pero sí sobre la visera de su “armadura”.
La escena se repite en las calles por las que transcurren las marchas de los estudiantes, disfrazados y en paz. Son las ‘abrazatones’, y ‘besatones’, nuevas formas de comunicarse por parte de los manifestantes, durante el paro general. El 26 de octubre se produce el “abrazo a las universidades”, luego una marcha de las antorchas y, más tarde, una toma de Bogotá, dentro de la misma lógica pacífica.
Por supuesto, no todo el mundo está contento con el poderío demostrado por los estudiantes, que encuentran subversivo y peligroso. Los voceros de la MANE denuncian la llegada de correos electrónicos con amenazas, suscritos por grupos paramilitares.
“Menuda sorpresa para quienes pensábamos que los universitarios estaban sumidos en un individualismo sin remedio… Pero resurgieron con igual entusiasmo, menos violencia y mucho más humor que las que me tocaron a mí en los convulsionados 60 y 70…”, señaló Enrique Santos Calderón.
El mismo periodista pone de presente la conexión internacional que caracterizó a este movimiento estudiantil:
“A los jóvenes que hoy se movilizan en Bogotá o en Santiago, en Madrid, Londres o El Cairo, parece unirlos una toma de conciencia común sobre las desigualdades del planeta y la ineficacia de las instituciones políticas para mejorar las cosas. Están cada vez más conectados, cortesía de la era digital, con mayor capacidad de intercambiar experiencias y de aprender los unos de los otros. Y, por lo visto, con iguales ganas de marchar y marchar”.
Era tan obviamente dañino el proyecto de Ley para la buena marcha de la universidad colombiana que, finalmente, el gobierno decidió retirarlo e invitar al movimiento estudiantil a participar en la preparación de una nueva reforma. No pocos dirigentes universitarios coinciden en que si bien el movimiento fue capaz de tumbar la reforma, no logró enfrentar el reto de construir propuestas alternativas.
¡La paz se queda!
Y más allá de visiones sectarias y de las disputas del momento, la paz sigue siendo un sueño de la gente de la Universidad ¡Por todo lo que nos une y en contra de todo lo que nos separa!, sostuvieron los estudiantes al sellar su alianza en 2016 y, luego de reiterar que el Derecho a la paz es de obligatorio cumplimiento gritaron:
“¡La paz se queda! A la guerra le decimos ¡No más! ¡Que la paz sea la victoria de todos! ¡Somos la generación de la esperanza!”.
Rescatando una tradición de movimientos estudiantiles y populares de otros momentos de la historia de Colombia, bajo de la idea de que la ausencia de palabras puede tener más significado que un griterío, los estudiantes de todas las universidades de Bogotá y de otras capitales confluyeron, el 5 de octubre de 2016 en una nueva “marcha del silencio”:
se vistieron de blanco y se pintaron la cara, encendieron velas y anduvieron silenciosos y desarmados. Fue una de las manifestaciones populares más multitudinarias de los últimos tiempos, con asistencia no solo de estudiantes, sino de ciudadanos de todas clases y condiciones, que sumaron, según algunos cálculos 50 mil, y que se repitió en los días siguientes.
El proceso contó con facilidades que nunca soñaron los movimientos estudiantiles del pasado: ¿qué tal un medio tecnológico capaz de entregar mensajes efectivos, de manera simultánea, a grandes multitudes? El chat de WhatsApp, principalmente, y las demás las redes sociales eliminaron la necesidad de voceadores, pancartas, carteles u otros métodos tradicionales de convocatoria a la propuesta.