MONUMENTO A LOS JUDÍOS DE EUROPA ASESINADOS

Un análisis panofskiano del controvertido monumento en el centro de Berlín.

En el corazón de Berlín, al costado este del Tiergarten bajando hacia la famosa Postdamer Platz desde el edificio del Reichstag, se encuentra el Denkmal für die ermordeten Juden Europas: El controvertido monumento para recordar a las víctimas judías del holocausto. Es un lugar que hace honra a la palabra “monumento” por su colosal tamaño (de una manzana) y, en este texto, nos preguntamos si también lo hace en un sentido histórico y de memoria colectiva. Tras décadas de haberse terminado la Segunda Guerra Mundial, la sociedad alemana tiene una cierta tendencia a la memoria que se ha transmitido a múltiples elementos físicos que se encuentran en un paseo cotidiano por (casi) cualquiera de sus ciudades. Estrellas de David doradas al frente de las casas de las que los Nazis expulsaron a una familia de judíos, las marcas de las balas y demás explosivos de los Aliados que casi terminan por destruir las decenas de museos y salas de concierto de la calle Unter den Linden, o los ladrillos que se han instalado en el piso que alguna vez sostuvo los diques entre oriente y occidente. En fin, en Alemania hay símbolos de las grandes guerras que estallaron en el siglo XX y de una que casi termina por acabar con la humanidad –o, al menos, con la sociedad tal y como la conocemos.

Para la construcción de todos estos recuerdos ha habido múltiples intenciones: Hacer énfasis en las causas de la ascensión al poder de los responsables y sus delitos; hacerlo en relación con al discurso de los vencedores y sus hazañas; resaltar la inmoralidad de los motivos de unos y otros; y rescatar del olvido de la muerte a las personas que sufrieron en carne propia las atrocidades de la violencia ideológica y física: las víctimas. Dentro de esta última intención se construyó el Monumento a los judíos de Europa asesinados del que versa el presente texto.

Hablar con los monumentos es una tarea empíricamente imposible, para hacerlo hay que conectarse con su historia y con su discurso pese a que, en sí mismos, ellos no hablan pero están en la realidad. Por este motivo, se ha decidido utilizar el método panofskiano de observación de obras de arte visual. Este versa sobre objetos culturales que tienen una construcción física y que se elaboraron en un determinado momento histórico, por lo tanto, como los monumentos tienen estas mismas características, se puede extrapolar sus mecanismos de interpretación. Así, y siguiendo en gran medida El significado en las artes visuales de Erwin Panofsky, hemos reconstruido una descripción pre-iconográfica, un análisis inconográfico y una síntesis iconológica del Denkmal.

Descripción pre-iconográfica:

La construcción de este icónico monumento inició en abril de 2003 y su inauguración se llevó a cabo en el año 2005. Está compuesto de 2.711 losas de hormigón de color gris oscuro, de tamaños irregulares sobre un campo de 19.000 metros.. Cada uno de los bloques tiene 2,38 metros de largo y 0,95 metros de ancho, altura entre 0,2 metros a 4,8 metros. Los bloques fueron colocados de manera equidistante y cuenta con un terreno ondulado lo que genera una sensación casi onírica de un ambiente cambiante con nuestro movimiento. Ser libres de elegir el recorrido que queramos añade una interacción que no hace sino sumar sensaciones.

 Análisis iconográfico:

Este segundo nivel de análisis se ocupa de las imágenes, historias y alegorías, presuponiendo un paso más allá de la familiaridad con los objetos y acontecimientos que se adquieren mediante la experiencia práctica. De allí que sea necesario, como presupuesto esencial, la existencia de fuentes literarias o tradiciones orales a través de las cuales se complementa el análisis pre-iconográfico, intentando familiarizarse con lo que el autor de la representación había leído o aprendido por otros medios a efectos de realizar su obra.

Con lo anterior en mente, resulta evidente la necesidad de analizar someramente, en primer lugar, el contexto en que se desarrolló el autor de la representación, estableciendo los medios a través de los cuales la familiarización anotada se gesta.

El Monumento a los judíos de Europa asesinados de entrada advierte y remite a un período histórico en concreto, lo que permite familiarizarse al espectador con la persecución y exterminio de judíos europeos a manos del nacionalsocialismo alemán, en el marco de la II Guerra Mundial. Aunado a lo anterior debe considerarse que el autor de la obra, Peter Eisenman, –aun cuando no vivió de propia mano el episodio retratado– es hijo de judíos que emigraron a los Estados Unidos, lo que establece a todas luces una conexión particular que reafirma los motivos pre-iconográficos del monumento.

Los medios a través de los cuales Eisenman pudo haber conocido del exterminio de judíos en Europa, su formación y visión particular de la arquitectura, aunado a su ascendencia judía repercutieron sin lugar a dudas en la forma en que el citado episodio histórico fue por él retratado en el monumento; imágenes y alegorías representativas de su visión arquitectónica del exterminio. Su trabajo ha sido caracterizado como deconstructivo, estilo que se caracteriza por la “ausencia de armonía, continuidad, o simetría” (TASCHEN, Aurelia, y TASCHEN, Balthazar, L’Architecture Moderne de A à Z, París: Bibliotheca Universalis, 2016, p. 148) pregonando por la liberación de las formas y conceptos.

En sentido similar, el autor señaló su intención de apartarse de la influencia arquitectónica simplista del vienés Adolf Loos según el cual “la vida humana puede ser conmemorada a través de una piedra, una losa, una cruz, o una estrella”. Así entonces, para Eisenman “la magnitud y el horror del Holocausto son de tal envergadura que su representación a través de los mecanismos tradicionales [refiriéndose aquí a Loos] resulta inevitablemente inadecuado” (The Memorial to the Murdered Jews of Europe, Peter Eisenman about the Memorial. Disponible AQUÍ.

Advertida, entonces, la visión deconstructivista de Eisenman y su ruptura con la representación tradicionalista de la vida humana, es posible entender el porqué de la representación del exterminio judío a través de bloques de concreto que a priori parecieran no tener simetría y armonía entre sí. Aun con ello, pese al marcado estilo deconstructivo del monumento, el mismo autor señaló su intención (motivo pre-iconográfico) de representar un sistema ordenado que ha perdido la conexión con la naturaleza y razón humana (Ibídem.) Paradójicamente, aun cuando la alegoría pretendida es la de un sistema, el concepto de inestabilidad es preponderante a lo largo de la experiencia de observación del monumento.

Por otra parte, una de las fuentes literarias a las que Eisenman echó mano en la concepción y elaboración del monumento fue la novela En Busca del Tiempo Perdido del francés Marcel Proust. Sobre este punto el autor del Monumento a los judíos de Europa asesinados anota que:

“Marcel Proust identifica dos diferentes clases de memoria: una nostalgia localizada en el pasado, con un toque de sentimentalismo que recuerda las cosas no como fueron sino como queremos que sean recordadas, y una memoria viviente, que se encuentra activa en el presente y desprovista de la nostalgia del pasado que recordamos. El Holocausto no puede ser recordado en la primera forma nostálgica, toda vez que su horror rompió para siempre el vínculo entre la nostalgia y la memoria. Recordar el Holocausto, entonces, solo puede ser una actitud viviente en donde el pasado permanece vigente en el presente” (The Memorial to the Murdered Jews of Europe, Peter Eisenman about the Memorial. Disponible AQUÍ.

Con eso en mente, la iconografía del Monumento a los judíos de Europa asesinados de Peter Eisenman apunta a una nueva concepción de la memoria (que se aparta de la visión nostálgica presentada por Proust en su obra). Mientras que el método tradicional concibe a los monumentos por su simbología y lo que representan en un espacio determinado (siendo observado y entendido de forma simultánea), Eisenman propone que “el tiempo en que se gesta el monumento, su duración, es diferente del tiempo y la experiencia humana de entenderlo”. De esta manera concluye que

“En este momento no hay un propósito, un fin, una forma de entrada o salida. La duración de la experiencia individual en él no otorga mayor comprensión, ya que la comprensión es imposible. El tiempo del monumento, su duración desde la superficie superior al suelo, se encuentra desligado del tiempo de la experiencia [personal]. En ese contexto no hay nostalgia, no hay memoria del pasado; solo la memoria viviente de la experiencia personal. Allí solo podemos conocer el pasado a través de su manifestación en el presente” (Ibídem.).

Interpretación iconológica:

La interpretación iconológica es el tercer paso del análisis panofskiano. Aquí, después de conocer el estilo expresado por el autor y analizar los temas que se expresaron en el monumento, se hará una síntesis de lo que la obra dice en su sentido histórico interno. Los monumentos se constituyen de formas puras y expresan temas siempre dentro de un contexto que le es subyacente y le imprime sus principios a través de valores simbólicos que implican la época en la que se compuso y la visión del autor.

Este monumento mide el tamaño de una manzana y, por lo tanto, para representárselo como una totalidad, existen tres posibilidades: Se mira desde el aire, se camina parte por parte o se recuerda como un todo. Desde cualquier imagen satelital podrá encontrarse que el monumento se compone de múltiples bloques de igual tamaño (ancho por largo) esparcidos de forma absolutamente simétrica en la mitad del espacio. En la medida en que se observan los extremos laterales del rectángulo, puede notarse que hay unos grupos que se separan de los del centro y que esos grupos ya no están terminados (ya no son una cuadrícula completa). Es decir, mientras que en el centro, los bloques tienen una simetría disciplinada y constante, en el exterior son más laxos, como si estuvieran en construcción. Explicado de esta forma resulta obvia una apariencia: El monumento desde el aire es una ciudad con un urbanismo más desarrollado en el centro neurálgico y uno menos desarrollado en las zonas que colindan con el mundo rural. Cuando se aterriza en esta ciudad, el recorrido a pie, como es natural, debe empezar desde el exterior. Si alguien se detiene en cualquiera de sus esquinas, una de las primeras impresiones que obtendrá es que los bloques son de diferentes alturas –lo que era idéntico desde el aire, ahora es diferente. Cuando esa persona inicia su marcha, empezará a descender por un suelo que no es plano sino que está conformado por pequeñas colinas. Desde lo más bajo de sus “valles” verá los bloques en su mayor esplendor: Son unas piezas de concreto que parecen edificios colosales de varios pisos hechos a escala. Sin embargo, si cambia su punto de atención y se mira hacia adentro, hacia lo que siente, podrá encontrar el alivio de que la salida está cerca, o podrá encontrar una sensación de desorientación que se incrementa en la medida en que no recuerde por dónde entró. Un visitante avezado que decide entrar en la noche, podrá asustarse o encontrarse con una pareja de exhibicionistas. Un visitante que recuerde el Monumento a los judíos de Europa asesinados recordará que siempre está rodeado de turistas (incluso en el otoño, cuando no suele ser temporada alta). Si planeó su visita, pasó por el centro de información que se encuentra a un costado, revisó por internet, etc. sabrá que es un monumento dedicado a las víctimas judías del holocausto. Y, por otro lado, si aprovechó la oportunidad para perderse entre los bloques, podrá experimentar de forma interactiva todas las emociones que se han descrito en este párrafo.

Esta descripción de las sensaciones de un turista o ciudadano cualquiera pueden ser interpretadas a partir de la petición que se le hizo al arquitecto: “Haga un monumento sobre el holocausto”. Lo bueno en este caso es que, como todo buen autor, ha dicho que prefiere no interpretar con la autoridad de quien escribe o realiza un obra el sentido de la misma. Por lo tanto, nos invita a pensar en qué significa todo lo que se ha dicho sobre el monumento.

El centro, simétrico y disciplinado, representa el espíritu de la sociedad nacionalsocialista, su carácter tirano pese a no constituir una mayoría democrática estricta –los disidentes son los grupos de bloques separados del centro. Quien está parado frente a uno de estos colosos de la mitad del monumento, no sabe qué pasa detrás de ellos sino por oídas, lo que se dificulta aún más si se habla a susurros. Para saberlo con exactitud, para descubrir al exhibicionista, se debe parar en lo alto y ver la imagen completa, cosa que se evitó hasta el último momento de la Segunda Guerra Mundial… los alemanes no sabían de la “solución final” con certidumbre, es más, las oídas podían ser interpretadas como chismes pero las fotos de los judíos asesinados llegaron después. La posición del caminante representa al judío que es perseguido. De noche o de día se siente terroríficamente perdido. ¡No sabe a dónde ir! Su casa ya no es su casa, sus compañeros de trabajo ya no son sus amigos y es que ¡¿cuál trabajo?! si es que ha sido despedido por orden directa del dictador. Debe correr de frente así no sepa si es el camino más rápido para salvar su pellejo; dejar atrás sus bienes y su estabilidad y terminar por fuera de los territorios que dominan los extremistas ideológicos de extrema derecha “nazis”. La sensación de orientación en lo rural denota el lugar en dónde muchos de ellos tuvieron que radicarse o, mejor, esconderse: el bosque. Por último, no hay que olvidar un personaje que pareciera principal: El turista. Este individuo que salta en los bloques, se orina en ellos, se toma fotos riéndose e ignora los motivos de la construcción del Denkmal representa la figura elemental del ignorante-negacionista. Así, este lugar nos recuerda hasta el peligro inminente de una nueva dictadura, de la reinstauración de la segregación. Se puede seguir infinitamente con esta interpretación, basada en similitudes entre lo que muestra el monumento y lo que sucedió, pero lo que queda claro es que todo visitante infinitamente curioso se indagará por las razones por las que deben recordarse a los judíos en este lugar.

Conclusión:

Como se ve, el Denkmal für die ermordeten Juden Europas es un ejemplo de memoria histórica, de instrumento interactivo de interpretación. Pero además, hay un elemento que no se ha agregado y es que tiene un sótano: El hogar de la Stiftung Denkmal für die ermordeten Juden Europas. Esta fundación se encarga de sistematizar y recopilar los archivos referentes a las víctimas del holocausto. Las preguntas están abiertas: ¿Le vendría bien un monumento así a Colombia en el posconflicto? ¿Una cicatriz interpretativa con este poder en el centro de la capital? ¿Un espacio dónde cabe toda clase de actores de nuestra sociedad –el judío, el turista, el curioso–?