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Anaïs Nin, transgresora

Anaïs Nin Culmell nació en 1903, en la pequeña provincia de Neuilly, cerca de París. Comenzó a escribir sus famosos diarios (que suman más de 35.000 páginas) a la edad de 11 años. Duramente criticada en su época por describir los excesos de su nación, procuró orientar su literatura a un ámbito más cercano a la intemperancia, a los vicios, a la desobediencia. No en vano, en una carta de 1934, Henry Miller la describiría así:

“[…] alta, decidida, amorosa de lo que ves, tocas, sueñas; en ti avanza el enigma, la interrogación, lo no escrito. Eres la única francesa que no le tiene miedo al futuro. Amas el futuro, porque ya has estado ahí”.

“Diarios amorosos, Incesto, Fuego” es una obra donde se reúnen dos de sus libros más celebrados, con un lenguaje sutil y desmedido al mismo tiempo. Pocos como Nin para confesar sin reserva la voz amatoria: “[…] éramos tres en la cama. Henry veía cómo June y yo amábamos lo que él no podía amar”, nos dice en el capítulo “Fuego”.

En “Incesto” Anaïs despliega toda su creación narrativa para hablarnos de la relación idílica con su padre. Es de recordar que la escritora conoció a Joaquín Nin (famoso pianista) a su edad adulta. No lo juzga. Más bien, pretende descubrirlo. El siquiatra Otto Rank, uno de sus amantes, le recomienda seducir a su padre para luego dejarlo, como castigo por abandonarla. Escriben Anaïs: “[…] siempre necesité huir, dejar el mundo atrás. Cuando regresaste, la realidad se volvió bella, completamente satisfactoria. Rompí la imitación, el sueño, el mundo muerto, artificial y coagulado. Como tú mismo escribiste: te he resucitado”.

En “Diarios amorosos, Incesto, Fuego” reconocemos una Francia subterfugia, sin prejuicios latentes, que comenzaba a explorar su libertad sexual y transgresora. Un país clandestino, recóndito, semejante a Anaïs Nin.

*Reseña elaborada por Hellman Pardo, administrativo de la Biblioteca.