El maltrato infantil y sus consecuencias en el desarrollo cerebral de niños, niñas y adolescentes

Juan Carlos Caicedo Mera
Ph. D. en Ciencias Biomédicas
Director del Laboratorio Interdisciplinar de Ciencias y Procesos Humanos e investigador del área de Salud, Conocimiento Médico y Sociedad

Diego Mauricio Aponte Canencio
M. Sc. en Estudios Políticos
Director del Área de Salud, Conocimiento Médico y Sociedad

El maltrato infantil es una forma de violencia que discurre, con niveles variados de intensidad, en el interior de muchos hogares colombianos; a tal punto que en muchos escenarios puede considerarse como un asunto de derechos humanos. Ocasionalmente aparecen reseñados en los medios de comunicación masiva casos extremos y estremecedores, que, como muchas otras noticias, generan un efecto mediático infortunadamente pasajero. Pero, lastimosamente, se trata de un fenómeno mucho más estructural en la sociedad, que no queda reflejado por un puñado de casos extremos. Por estar asociado con las prácticas de crianza y las relaciones en el ámbito doméstico, indagar por este flagelo choca con la paradoja de una posible intromisión en las dinámicas familiares, el derecho a la privacidad y los patrones culturales de parentalidad transmitidos entre generaciones. Esto hace difícil su visualización, genera un subregistro importante de casos y no permite su posicionamiento claro en la agenda pública.

La evidencia disponible sugiere que el maltrato infligido por un cuidador primario en la infancia y la adolescencia, es más nocivo para el desarrollo que si es ejercido por una persona externa al sistema familiar. Por otra parte, los trastornos de salud mental y las consecuencias personales asociadas al maltrato que se inician en la infancia tienden a prolongarse hacia etapas avanzadas de la vida, lo cual conlleva un alto costo social y económico.

Pero, ¿por qué puede el maltrato infantil generar tales impactos en el desarrollo del cerebro infantil? El desarrollo de este órgano es un proceso complejo y dinámico que depende tanto de las influencias genéticas como de la interacción con el medio ambiente. Los primeros años de vida representan un período crítico para el modelamiento de las redes neuronales y, por ende, para la estabilización de las capacidades de aprendizaje y la creatividad. Al ser una especie socialmente dependiente desde el nacimiento, los lazos e intercambios con los demás se vuelven cruciales para determinar la conectividad del cerebro. Varios autores proponen que un entorno social seguro y protector permite desarrollar en el niño una capacidad humana evolutivamente “precableada” para el aprendizaje social y la salutogénesis mental (entendida como la capacidad de autogenerar el bienestar emocional y la salud mental). De manera opuesta, el maltrato infantil altera fuertemente estas capacidades neurobiológicas, debilitando la confianza básica en el entorno social, afectando las habilidades de aprendizaje social y generando psicopatología.

Como posible mecanismo, se ha evidenciado que el maltrato infantil en etapas tempranas incrementa la producción de una hormona de estrés denominada “cortisol”, y que el organismo intenta compensar la exposición de las células a un exceso de esta hormona disminuyendo la expresión de las moléculas receptoras, algo así como las “antenas” que permiten a las neuronas captar esta señal química. Se trata de un intento del organismo por volverse “sordo” ante sus propias señales de estrés. Pero lo que se perfila como un mecanismo adaptativo en edades tempranas, se convierte en una desregulación fisiológica que puede perdurar por el resto de la vida. En adelante, el cerebro no podrá distinguir correctamente si se siente tranquilo o estresado, si debe o no activar una respuesta inmediata frente a las contingencias del entorno, etc.

En el propósito de entender este complejo fenómeno, el grupo Salud, Conocimiento Médico y Sociedad en la línea de investigación Cerebro Social, Ecología y Convivencia, evaluó un grupo de niñas y niños con antecedentes severos de maltrato, que se encuentran en proceso de restablecimiento de derechos por parte del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, y lo comparó con un grupo control de niñas y niños con igual rango de edad y nivel socioeconómico, pero sin antecedentes de maltrato. Los resultados mostraron que las capacidades en el ámbito social se vieron claramente afectadas en las niñas y los niños víctimas de maltrato sistemático. Los instrumentos para evaluar la cognición social evidenciaron una afectación de las capacidades empáticas, que incluyen reconocer los estados emocionales e intencionales, y ponerse “en el lugar de otras personas”. También se demostró la presencia de problemas comportamentales y de convivencia, así como una disminución significativa del comportamiento altruista, entendido como la capacidad de ser generoso y desprenderse de un recurso propio para donarlo a otra persona.

Se aplicó así mismo el instrumento de evaluación para el desarrollo infantil ENI (Escala de Neurodesarrollo Infantil) que fue desarrollado para población colombiana y mexicana, con el objetivo de describir las afectaciones del desarrollo cognitivo y de los procesos de aprendizaje. Los resultados evidenciaron que el maltrato tiene un fuerte efecto negativo sobre el funcionamiento cognitivo en las trece subescalas de la prueba (habilidades de construcción, codificación de memoria, recuperación de memoria, lenguaje, metalenguaje, habilidades espaciales, atención, habilidades conceptuales, lectura, escritura, aritmética, percepción y funciones ejecutivas). Sin embargo, los resultados también mostraron una mediación positiva de los procesos de educación formal en seis subescalas de la ENI (metalenguaje, atención, lectura, escritura, aritmética y funciones ejecutivas).

Así pues, puede concluirse que los efectos del maltrato infantil son múltiples y complejos, pero que, en la medida que el cerebro infantil sigue desarrollándose, es plausible postular que, si aparecen cambios importantes y se articulan nuevos contextos protectores para los niños y las niñas (como podría ser la escuela), hay un margen importante de reversibilidad en estos efectos negativos, que podría abrir la puerta a fenómenos de resiliencia y readaptación. Se requieren muchas más investigaciones que indaguen este tipo de procesos. En todo caso, siendo el maltrato infantil un factor de riesgo para múltiples afectaciones en la vida adulta, las acciones encaminadas a mejorar el panorama de esta población en el largo plazo deberían ser una meta clara en las políticas sociales de la nación.