Éramos ciegos antes de perder la vista
La frase con la que se titula este recomendado es la mejor manera de iniciar, no solo porque condensa de forma categórica una de las ideas más fuertes del libro “Ensayo sobre la ceguera” de José Saramago, sino porque pone en primer plano el tipo de reflexiones que se hacen en tiempos de pandemia.
José Saramago no da nombre a sus personajes en esta historia, sino que construye en ellos identidades individuales y colectivas que se complejizan por la experiencia de una ceguera blanca. Tampoco da nombre propio a los espacios, para evitar circunscribir esa experiencia a algo más concreto que un viejo manicomio, una calle y otros escenarios que pueden estar ubicados en cualquier ciudad o en ningúna.
“Ensayo sobre la ceguera” trata de una ceguera que ha llevado a los personajes a descubrir un salvajismo propio, un salvajismo territorial; a reconocer que la vida y la cordura penden de un hilo, que valores como la tolerancia y la solidaridad son frágiles ante emergencias humanas que pueden parecer inimaginables, aunque en realidad no lo sean.
Quizá por ello, Saramago describe a la ceguera como un virus que se expande, que rápidamente se extiende entre las familias hasta cubrir una ciudad completa, causando horror; pero no el clásico horror a la penumbra (como en la literatura gótica o de terror), sino a la nitidez. La ceguera blanca no se asemeja a tener los ojos cerrados, es más bien una ceguera luminosa que no permite descansar los ojos ni siquiera en medio de la oscuridad o el sueño.
A lo largo del libro, cada personaje especula sobre lo que le ha pasado, cada uno reflexiona sobre lo que alguna vez tuvo y perdió en un abrir y cerrar de ojos (la familia, la casa, el alimento, el agua, la vista). Cada uno, en medio de un aislamiento obligado, aprende a procesar su situación hasta llegar a la aceptación y a la necesidad de sobrevivir. Unos a costa de lo que sea, otros fieles al respeto mutuo. Cada personaje aprende a abrir sus ojos, en medio de la ceguera.
Hay un dicho que viene a mi mente tras finalizar la lectura de este libro: “No hay peor ciego que quien no quiere ver”. Y desde esa lógica popular me pregunto si hay algo, de la situación vivimos hoy en el planeta, que no queremos ver o entender. ¿Será que solo las situaciones críticas y fatales nos permiten reflexionar? ¿Será que padecemos de una ceguera blanca o que, aún viendo, no vemos?
*Reseña elaborada por Leidy Gómez, administrativa de la Biblioteca.