‘Un libro por centavos’, música de Borodin, Granados, pinturas de Vermeer y Lascaux en la Tertulia Externadista
El cuarteto de Borodin, las Danzas españolas de Granados, los cuadros de Lascaux y Vermeer, cautivaron la atención de los participantes en la Tertulia Externadista.
El escritor y poeta santandereano, Pablo Montoya, y la escritora y crítica Luz Mary Giraldo, se reunieron a conversar durante casi dos horas alrededor del libro: “Mi mano busca en el vacío”, Nº 157 de la Colección ‘Un libro por centavos’, de la Universidad Externado de Colombia, publicado en el mes de junio de 2019, obra que solo hasta ahora se logró presentar.
Por primera vez, en estos encuentros virtuales acompañamos la presentación con fragmentos sonoros de algunas piezas clásicas y cuadros de pintores, relacionados con los poemas del libro: Lascaux (La gruta) y Vermeer (La carta), y piezas musicales de autores como Borodin (compositor ruso); Granados (compositor español), ambos del siglo XIX, entre otros.
Enlazada entre los acordes del violín, la viola y el violonchelo del cuarteto de Borodin, se escuchó la voz acompasada de Pablo Montoya, que leía, en voz alta, su poema del capítulo ‘Programa de mano’, titulado ‘Borodin’: “Le has visto sus ojos enormes. Su boca que al sonar es la tormenta y también la llovizna. Y has visto el arce sin hojas. El cielo limpio como jamás puede serlo el poema… la lluvia colándose por los intersticios, el violín se apacigua ante la viola y el violonchelo. Y la pausa de la redención se expande nuevamente por tu cuerpo…” (Apartes del texto).
Detrás de este poema se esconde la silueta de la poeta rusa, Anna Ahkmatova, admiradora de la música de Borodin y a quien (en el poema) Pablo Montoya invita que lo describa y cuente sobre él a partir de su mirada y admiración por los cuartetos del compositor.
De pronto, en medio de la música, la voz de Walter Azula, un participante, hace una pregunta: ¿Cómo es esa relación entre poesía y vacío, maestro? Pablo, para responderle, recurre al título del poemario: ‘Mi mano busca en el vacío’, y agrega: “El arte se crea sobre el vacío: la página en blanco, el silencio de la pintura, el silencio de la música. Sobre ese vacío se erige el arte. Y el arte aparece en estos recorridos de ausencia, como una capacidad de resistencia, que conjura esas formas de la nada para acompañar al lector y llenarlo de esperanza. La poesía ocupa un lugar epifánico, no tanto así en las otras artes, concluye”.
Entre poema y poema, Pablo narra cada historia de su creación, hasta que, emocionado por la solicitud de leer el poema ‘Granados’, con una mirada cómplice, se sonríe y confiesa que ese poema lo había seleccionado, porque es muy cercano a su corazón, es un homenaje a su madre, quien, según él, fue determinante en su vida literaria. Escuchamos leer con su voz pausada, y como telón de fondo las ‘Danzas españolas’ de este compositor ibérico, a quien su madre escuchaba cuando joven, en su pueblo natal:
“Mi madre escuchaba a Granados en las noches de su adolescencia. Fue ese el tiempo de sus sueños más queridos. Las ‘Danzas españolas’ le hacían desear una felicidad tenue. EI amor para mi madre era un raro temblor. Y no el largo marasmo que vendría después. El piano le pronunciaba ese pálpito, cuando un radio en la cocina de su casa atrapaba las ondas en la noche. En el día, empero, ella hacía los menesteres del hogar. Pilaba el maíz. Lo molía. Hacía las arepas. Barría. Hilaba. Realizaba mandados. Después recitaba algunos versos de Rafael Pombo para el colegio. Y las sombras largas de Silva le erizaban los vellos de sus brazos. Mi madre tenía tiempo incluso para tejerle las trenzas a mi abuela, para leer con sus hermanos menores pasajes del Eclesiastés.
Afuera, Yolombó era un eco lejano de pompas mineras. Y las campanas sonaban en las horas de los rezos. Todo se repetía cada mañana con una puntualidad pudorosa. La música de Granados, en cambio, era una fisura y una revelación que, rozando las ollas y los platos, llegaba hasta mi madre. Ella dejaba su camándula y se sentaba junto al radio. Cerraba los ojos. Acariciaba sus brazos blancos y ardientes. Y, en la ventana, cuando los volvía a abrir, encontraba las estrellas del cielo”.
Para finalizar el encuentro, irrumpió la voz extranjera de un participante de origen egipcio, Ahmed Mostafa, quien emocionado nos relató su satisfacción y alegría de, por fin, conocer a Pablo Montoya. Contó que llegó a Colombia hace más de un año, y que una amiga de la Costa, donde vive actualmente, le prestó Mi mano busca en el vacío, cuyo título lo cautivó; se acercó así a su obra, tradujo al árabe, Un marino holandés, versos que nos leyó en su idioma y transcribió, para nosotros, en el chat del evento.
Con esta aparición casi irreal de un traductor egipcio terminamos nuestra velada.