El peso de la incertidumbre: dólar, petróleo y coronavirus
El escenario actual ha desdibujado todos los pronósticos económicos internacionales y nacionales. Ante esto, es importante concentrarse en lo que se sabe, no en lo que se predice.
La abrupta devaluación del peso, la caída del precio del petróleo y la propagación mundial del virus Covid-19, ponen en evidencia una realidad que no puede perderse de vista: la incapacidad de predecir el futuro.
Los hacedores de política y los economistas en general, reconociendo nuestro limitado entendimiento, debemos restarle algo de importancia a los ejercicios de proyección macroeconómica, cargados de supuestos simplificadores, y prestarle mayor atención a lo que sí conocemos sobre la estructura productiva e institucional de Colombia:
- La principal característica es la dependencia de un modelo de producción basado en la explotación de los recursos naturales. Esto explica la volatilidad del crecimiento económico y la dificultad para acceder a segmentos más dinámicos del comercio internacional –tanto en términos tecnológicos como de potencial de la demanda-.
- Un segundo elemento es la debilidad del sistema tributario; el Estado es incapaz de atender las necesidades de gasto público. Un buen ejemplo es la insignificante carga tributaria a las empresas extractoras de petróleo, que hoy no alcanza a cubrir ni siquiera los pasivos ambientales de la explotación.
Enfocarse en estos elementos puede ayudarnos a entender mejor cómo protegernos de los eventos de la economía mundial que no estamos en capacidad de controlar.
No podemos predecir
Recientemente, la economía colombiana ha experimentado efectos causados por un cúmulo de eventos desafortunados en el mundo. La crisis de salud ocasionada por la propagación del virus Covid-19 y el fracaso de las negociaciones entre Arabia Saudita y Rusia, han dado pie a que los indicadores del dólar, el petróleo y algunos índices de la bolsa llegaran a una volatilidad histórica.
Esto ha puesto en entredicho la capacidad de la academia para explicar y predecir el curso de la economía. La confianza excesiva en los modelos de pronóstico, en los que se modifica una variable y todo lo demás permanece constante, hace que sus predicciones pequen, casi siempre, de ingenuas. Los modelos muestran cómo se deberían comportar las variables para que las proyecciones tengan sentido, sin importar si están equivocadas.
Por ejemplo, el marco fiscal de mediano plazo del 2019 ubicaba la tasa de cambio actual alrededor de 3.150 pesos, pero hoy la tasa de cambio está en 4 mil pesos. Si las proyecciones fiscales se basaron en un error de semejante magnitud ¿cómo podemos confiar en el ejercicio de planeación del gobierno?
Sobre la base de esos cálculos, el gobierno redujo impuestos, anunció recortes al gasto, y pronosticó un formidable crecimiento económico. Más adelante, cuando la evidencia muestre que los anuncios estaban equivocados, el gobierno alegará que no era posible saber que una pandemia tendría lugar en el mundo, o que unas negociaciones fallidas desplomarían el precio del petróleo.
Entonces, al reconocer que no es posible predecir este tipo de sucesos, ¿por qué se le sigue dando tanta importancia a la planeación a partir de proyecciones de ese tipo?
Para Nassim Taleb, destacado ensayista económico, es clara la imposibilidad del ser humano en predecir el futuro basándose en el conocimiento del pasado. Así, dado que no podemos predecir, podemos focalizar los esfuerzos en lo que sí sabemos, que, aunque sea poco, puede ayudar enormemente a mitigar los impactos de una crisis económica.
La pregunta esencial es: ¿qué conocemos sobre la economía colombiana que nos ayude a protegernos de la delicada situación que han vivido los mercados últimamente?
El problema es el modelo
Para una economía que no es en términos técnicos ni prácticos una economía petrolera, las exportaciones minero-energéticas han logrado influir sustancialmente sobre los movimientos de las variables principales. Durante años los precios internacionales de los commodities -principalmente del petróleo y el carbón- han sido decisivos para nuestra economía.
La importancia del petróleo se deriva sobre todo de su participación en las exportaciones, en los ingresos fiscales del Gobierno Nacional Central (GNC), en la inversión extranjera directa, en las regalías, e inclusive en la generación de empleo. Para decirlo con algunas cifras: el sector de los hidrocarburos representa en promedio el 70% de las exportaciones, ha originado entre el 11% y el 25% del ingreso del GNC y ha llegado a generar más de 186.000 empleos.
El efecto directo y más inmediato de la caída de los precios del petróleo sería por tanto una baja en los ingresos del Estado. Si esos precios se mantienen a la baja, Colombia puede verse seriamente afectada por la menor inversión pública, especialmente en términos del gasto social.
Es lamentable que desde hace más de medio siglo, Colombia se casara con el extractivismo. Esto ha significado décadas de volatilidad a causa de los precios internacionales que, en realidad, no pueden ser controlados por las autoridades colombianas. Pero, es aún más lamentable que el problema se haya agudizado con el tiempo.
Con la expedición del código de minas o ley 685 de 2001, se quería marcar un avance significativo al reglamentar las actividades extractivas en beneficio del país, pero en realidad se ‘avanzó’ en garantizar la entrada del modelo minero trasnacional. En otras palabras, además de estar exponiendo los ecosistemas a un desgaste preocupante, ni siquiera los colombianos gozan de los beneficios que podría dejar una minería responsable.
Si tenemos en cuenta las poblaciones étnicas y su cuidado a la tierra, la gran minería no solo representa problemas ambientales sino también sociales y culturales. Refiriéndose al fracking, la líder de Puerto Boyacá, Liliana Echeverry señaló a Vanguardia: “En 100 años la industria petrolera solo nos ha dejado pasivos ambientales, problemas de salud y promesas incumplidas. El desarrollo nunca llegó a la región, y menos ahora con los no convencionales”.
Claramente no se trata de satanizar la minería, pero, tenerla como un sector tan importante dentro de la canasta exportadora tal vez no sea la opción más acertada. En especial para Colombia en donde se ha menospreciado el papel de los pequeños mineros por superponer la minería a gran escala, que en realidad trae muchos más problemas consigo.
Ahora bien, entender esto es crucial porque permite explicar por qué, aunque recientemente la moneda colombiana haya sufrido una importante devaluación, esto no se va a traducir en un aumento de las exportaciones, pero sí puede tener implicaciones muy graves para el mercado interno colombiano en términos de sus importaciones.
Por un lado, la dependencia del petróleo hará que las exportaciones no aumenten, mientras que, por otro lado, el aumento sustancial en las importaciones (especialmente de los productos agropecuarios, alimentos y bebidas, los cuales, según el Dane, aumentaron 1,4% en comparación con el año anterior) ocasionará presiones inflacionarias en Colombia.
El peso de la incertidumbre
La incertidumbre juega un papel fundamental en las explicaciones que puede ofrecer la ciencia económica.
Esto significa que la realidad de los acontecimientos actuales no debe llevarnos a la desesperanza. Si bien lo que no sabemos sobrepasa enormemente lo que sí conocemos, la preocupación no debe centrarse en estimar lo qué sucederá con el dólar o con el precio del petróleo.
Debemos concentrarnos en el conocimiento que tenemos sobre los movimientos de la economía colombiana, sobre lo que sí podemos controlar, para así encontrar distintas maneras de protegernos ante la volatilidad inherente de la economía mundial.
Por Federico Corredor y Paula Martínez
Investigadores de la Facultad de Economía
*Este artículo hace parte de la alianza entre Razón Pública y la Facultad de Economía de la Universidad Externado de Colombia.