Imaginando la economía colombiana después de la COVID-19
La crisis provocada por la pandemia nos invita a transformar la economía en beneficio de la mayoría. Esto es lo que podemos hacer para lograrlo.
Tarde o temprano el coronavirus cederá y la cuarentena será cosa del pasado. Habremos sufrido en el camino una gran recesión y nos recuperaremos. ¿Pero qué pasará con la economía? ¿Seguirá igual? El mismo virus que ocasionó una crisis económica global, nos ofrece una oportunidad única: transformar la economía en beneficio de la humanidad. Trabajar por un futuro mejor para todos.
Para lograrlo, debemos darle primacía a los bienes y servicios esenciales de alimentación, salud, educación, vivienda, comunicación y seguridad, y valorar más a quienes los producen. En el capitalismo, eso se traduce en concederles más reconocimiento social y mejores remuneraciones a campesinos, pescadores, médicos, enfermeras, maestros, constructores, policías y demás trabajadores esenciales.
Esto será posible si diseñamos políticas que permitan universalizar la seguridad social, que los campesinos sean copropietarios de la cadena productiva, que los servidores públicos sean mejor renumerados y los trabajadores privados cuenten con una remuneración justa. A la par, tendremos que cambiar nuestras prioridades y reducir la sobrevaloración de bienes y servicios prescindibles que la publicidad nos ha sobrevendido.
No depender de las exportaciones tradicionales
Además de la crisis sanitaria y de la cuarentena, hemos sufrido una caída de los recursos externos que se traduce en menos producción y mayor desempleo. Esta caída fue fruto de un menor precio internacional del petróleo y el carbón, que representan casi el 60% de nuestras exportaciones. La fluctuación ha sido tal que este 20 de abril el barril de petróleo tipo WTI llegó a un precio negativo de 37 dólares.
Para dejar de ser dependientes de estos dos productos y avanzar en el cambio de la matriz energética y en el desarrollo sostenible, necesitamos aumentar la competitividad de otros sectores como la agricultura, la agroindustria, las manufacturas, el turismo y las industrias creativas incluyendo el diseño de software y aplicaciones digitales. Para esto a su vez es necesario inclinar a favor de ellos la estructura de rentabilidades relativas mediante las política monetaria, fiscal y regulatoria.
Salud y educación de calidad para todos
El seguro de salud universal no tiene sentido si la atención llega meses después de la necesidad, y muchas veces gracias a una tutela. Y la pandemia ha puesto aún más al descubierto la insuficiencia del sistema de salud: las malas condiciones laborales del personal médico, el poco número de UCIs, respiradores o exámenes de laboratorio.
La distinción entre las EPS aseguradoras e intermediarias y las IPS prestadoras del servicio de salud es ineficiente. Las primeras no son necesarias porque consumen muchos recursos y no prestan un buen servicio. La cédula de ciudadanía debería ser el único requisito para ser atendido en cualquier servicio de salud, como ocurre en Europa o Canadá.
Tendremos que cambiar nuestras prioridades y reducir la sobrevaloración de bienes y servicios prescindibles que la publicidad nos ha sobrevendido.
El sistema de salud necesita más recursos para aumentar el número de camas, los equipos médicos y las consultas. Así mismo, es importante el énfasis en la prevención y en mejorar la atención primaria.
Por otro lado, los colegios y universidades privados han logrado sobrellevar la cuarentena gracias a las clases virtuales, pero la mayoría de los planteles públicos y rurales no han podido acceder a esta solución. Por eso, como indica Ángel Pérez en esta misma edición de la revista, hay que aumentar en serio la inversión del Estado en el sector educativo y reducir la brecha de la desigualdad que lo caracteriza, particularmente el atraso de la virtualidad en las áreas rurales y urbanas pobres.
Transformar el sistema pensional
La COVID-19 también ha puesto en evidencia la fragilidad del sistema de capitalización o ahorro individual bajo los fondos privados de pensiones. Para garantizarles el ingreso mínimo, las personas que están en retiro programado han tenido que ser trasladadas al sistema público de Colpensiones: solo el sistema de prima media o de pensión mínima garantizada por el Estado –es decir, avalada por los impuestos de todos- es capaz de atender a las personas mayores.
Los fondos privados de Colombia se hicieron a semejanza de los de Chile. Allí gracias a los estudios de una comisión presidencial se estima que el valor de la pensión respecto del ingreso promedio del trabajador durante los últimos diez años pasará de un reducido 34% en el 2015 a un exiguo 15,3% en el 2025. De aquí la ira de los chilenos.
Avanzar hacia la renta básica
Esta crisis ha revivido la discusión mundial sobre una renta básica universal que le garantice a cada ciudadano los recursos mínimos para una vida digna.
Aunque en Colombia los programas de subsidios han mejorado significativamente en los últimos años, la pandemia ha develado su principal limitación: las bases de datos son insuficientes y no permiten ubicar a toda la población vulnerable.
Es momento de discutir la conveniencia de un ingreso básico universal (IBU). Para ello sería necesario:
- Aceptar que el mercado no resuelve todos los problemas; ponerse en los zapatos de los otros es condición para vivir en sociedad;
- Reconocer que la riqueza debe redistribuirse por la vía tributaria;
- Subsumir los sistemas de información en una declaración de renta universal para determinar quién paga impuestos y quién recibe subsidios;
- Unificar los subsidios en una canasta única, dándole prelación a las transferencias monetarias.
Un sistema tributario equitativo
Para que los cambios anteriores sean viables, hay que aumentar notoriamente el gasto público. El Estado colombiano es excesivamente pequeño, y una sociedad moderna e incluyente exige una mayor presencia de lo público.
Hay que aumentar notoriamente el gasto público. El Estado colombiano es excesivamente pequeño.
El fisco colombiano no puede seguir dependiendo de regalías volátiles e impuestos indirectos que desaparecen ante una paralización de las actividades económicas. La estructura tributaria debe por eso seguir los patrones de los países desarrollados de la OCDE. Los impuestos a la renta y al patrimonio deben ser la base de la recaudación: la tarifa debe aumentar con la riqueza y el nivel de ingreso de las personas naturales. Estos países nos ofrecen una gran lección: la concentración del ingreso y de la riqueza se reduce, fundamentalmente, por la vía tributaria.
No más capitalismo de compadres, ni tanto consumismo
Hay que dejar atrás el llamado “capitalismo de compadres” tan frecuente en América Latina, dentro del cual las decisiones, reglamentaciones y contratos del Estado se amañan en beneficio de amigos y poderosos.
Un buen ejemplo es el sector financiero. eSegún el Banco de la República, el crédito en Colombia funciona en competencia monopolística y, en el caso de los créditos de consumo y de vivienda funciona casi como un cartel. En este caso se requiere una regulación que estimule la competencia.
Hay que dar prioridad a los bienes y servicios esenciales, de manera que todas las personas cuenten con los recursos necesarios para una vida satisfactoria. La reducción de los consumos suntuarios permitirá aumentar el ahorro y la inversión que a su vez pase hacer el gran motor de nuestra economía.
Las sociedades nórdicas y las asiáticas han logrado combinar un nivel satisfactorio de consumo con altos índices de ahorro e inversión para acelerar su desarrollo y registrar altos ingresos per cápita junto con una distribución de los ingresos equitativa. Todo esto lo han logrado a través de políticas económicas que promueven el consumo responsable, el ahorro y la inversión para el crecimiento económico.
Por César Ferrari y Jorge Iván González
Docentes e investigadores de la Facultad de Economía
*Este artículo hace parte de la alianza entre Razón Pública y la Facultad de Economía de la Universidad Externado de Colombia.