Una dosis de humanidad
Como toda crisis, esta golpeará más duro a los más pobres, a quienes viven en la informalidad, barrios y regiones vulnerables. ¿Qué hacer como sociedad?
No es fácil hablar de solidaridad en estos tiempos. Es casi paradójico pedir grandeza cuando los líderes mundiales nos llevan por la senda de la confrontación, de la búsqueda del interés individual y del menosprecio por la cooperación.
En Colombia, nada más, los últimos años se han caracterizado por un escalamiento de odios y rencillas políticas, una polarización creciente, comportamientos mezquinos, la negación del otro, y el desconocimiento del valor del diálogo y del trabajo de la mano de ese otro. Todas estas prácticas nos han enceguecido; nos han llevado a tomar decisiones colectivas autodestructivas, nos condenan a repetir ciclos de sufrimiento y nos impiden mirar hacia delante.
Y en ese contexto global y local tenemos el desafío de enfrentar una pandemia que solo puede combatirse con un gigantesco esfuerzo de acción colectiva, según nos indican los expertos.
¿Hablar de acción colectiva cuando ha quedado revaluado el valor de la cooperación?; ¿Pensar en la coordinación de sociedades que han sido entrenadas para odiarse y se alimentan con fake news para lograrlo?; ¿Apostarle a la cooperación cuando nos hemos atrincherado en nuestras redes sociales para atacar al que piensa diferente?
Esa es la dimensión del reto; la pregunta ahora es cómo lograrlo. Varios colegas profesores estos días me han recordado aspectos centrales para hacerlo: el policentrismo, o la importancia de los múltiples niveles de gobernanza, para que se activen iniciativas que apunten a mitigar la crisis y que no dependan exclusivamente de autoridades centrales.
También está la revalorización de la conciencia social, que nos obliga a entender que una sociedad es mucho más que la suma de individuos, y que tenemos un compromiso individual con el bienestar colectivo. Y por eso nos toca reconstruir (si es que existía) el tejido social. Entender que el problema es en serio, y que tendremos que cooperar para superarlo.
Además, es necesario rescatar la honestidad, la ética profesional y la responsabilidad en la ejecución de nuestras funciones, ahora que entramos en condiciones para las que nadie podía estar preparado, y donde no habrá un Gran Hermano que nos supervise cada minuto.
Y se requiere hacer un nuevo llamado a la bondad humana y a la solidaridad. A muchos apenas se nos pide quedarnos en casa; es un compromiso insignificante cuando se compara con lo que otros han dado para que hoy podamos estar aquí. Pero son muchos quienes dependen del ingreso de su trabajo día a día y se verán duramente afectados por esta situación de la que no sabemos su duración.
Como toda crisis, esta golpeará más duro a los más pobres, a quienes viven en la informalidad, a los habitantes de barrios y regiones vulnerables, donde los hospitales apenas existen, la atención es precaria y el sistema de salud colapsa incluso en tiempos normales. Esto profundizará las brechas que tanto daño hacen en sociedades como la nuestra y nos dificultará aun más pasar la página en la que estamos estancados.
Seguramente, cada uno de nosotros puede extender la mano y ayudar a alguien más a que su situación sea menos penosa. Ojalá sean muchas manos trabajando juntas en ese propósito.
La responsabilidad, la empatía y la solidaridad son irremplazables en este momento. Tengamos la grandeza que ha estado tan ausente en estos tiempos; que, ante esta crisis, mostremos por lo menos una dosis de humanidad.
Por Julián Arévalo
Decano de la Facultad de Economía
Consulte esta columna de opinión en La República