Nuevo libro: Externado, paraíso de flora y avifauna
Por Darío Fernando Patiño
No perder la capacidad de asombro es un mandato para quienes trabajamos en el periodismo, pero debería extenderse a toda la humanidad, sobre todo en su relación con la naturaleza.
Decir que “algo se vuelve paisaje” significa que perdió interés, trascendencia. Como si un paisaje no fuera un mundo para descubrir cada día. La comunidad externadista ve su espacio con diferente grado de conciencia.
Casi siempre con una emoción y admiración al llegar. Sentimiento que se va perdiendo después de tanto verse o que va creciendo con los años, cuando se comprueba que vivir en el campus del Externado es un privilegio para los sentidos. Y no hablo de edificios y salones, sino de jardines, senderos, árboles, flores y pájaros que hacen de esa vida una experiencia única.
El rector Hernando Parra Nieto quiso iniciar su administración con un reverdecer del campus y emprendió la tarea de sembrar nuevas especies y trasladar otras, nutrir los viveros del centro y de la sede El Alcázar, identificar con códigos QR los árboles para ofrecer la información básica de cada individuo y ubicar placas en las jardineras, para que fueran visibles los nombres comunes y científicos de las decenas de especies que aquí florecen.
Intuyendo que debía haber muchos pájaros entre el bosque, encargó el primer estudio de avifauna, que se llevó a cabo durante ocho meses y que permitió identificar, en esta primera etapa, 38 especies entre residentes y migratorias. Algunas visibles, como las mirlas, los copetones o ciertos colibríes; otras de aparición esporádica, como el búho orejudo, y la mayoría ocultas tras las ramas y las hojas de las zonas más altas y menos transitadas.
Unas se pueden ver con tiempo y en la mañana; y otras habrá que conformarse con mirarlas en el libro, porque solo vienen unos días del año y vuelven a su casa en el norte del continente.
Con ese ambiente tan propicio, las fotógrafas Ada Barandica y Carolina Corredor vieron la oportunidad de sacar a la luz, en un libro, las decenas de registros que habían recogido en sus carreras diarias de arriba abajo y de norte a sur. Con la directora de Comunicaciones, Ángela Calderón, movieron la idea de que se hiciera un tercer libro, con nuevos espacios y fotos diferentes. El rector la acogió y le incorporó otros personajes: las aves.
A diferencia de las dos bellas ediciones anteriores, hechas la primera con ocasión de la inauguración del edificio E y la segunda con el propósito de destacar la arquitectura a la que ya se sumaban los edificios F y G, esta contiene información sobre cada árbol, planta, flor o ave que se incluya. Lleva datos suficientes para que sea un libro que se disfrute ver y en el que, además, se sepa lo que se ve.
Porque el campus es un lugar para ser visto. Es abierto y cada vez más visitado, incluso por turistas cuyos guías lo han incluido como parte del recorrido por el centro histórico de Bogotá.
Pero es más que paisaje, lo que ya sería suficiente. Es un pulmón en una zona de la ciudad, caótica y contaminada. Y este bosque, ahora nativo, es un testimonio de la recuperación de una montaña que estaba condenada a la aridez, por una equivocada reforestación de hace muchos años.
La historia de este paraíso de flora y avifauna, abierto el 11 de agosto de 1969, y las imágenes y los detalles de lo que lleva por dentro, estarán presentes en un nuevo libro, regalo para la vista y para el conocimiento.