Pensar para innovar

Alejandro Boada Ortiz
Director del Centro de Innovación y Sostenibilidad, Facultad de Administración de Empresas, Universidad Externado de Colombia
alejandro.boada@uexternado.edu.co

En el periódico La Jornada del 10 de octubre de 1998 José Saramago dijo “Estamos en un tiempo que llamamos de pensamiento único, aunque se aproxima peligrosamente a un pensamiento cero”. El “pensamiento único”, término acuñado por Ramonet, hacía referencia a la unificación de la sociedad en torno al modelo capitalista y sus valores después de la caída del muro de Berlín en 1989. En el pensamiento único, el capitalismo y la democracia se hacían sinónimos y defendiendo a la una defendíamos al otro y viceversa. A inicios del siglo XX y con el atentado a las Torres Gemelas en la ciudad de Nueva York esta unificación pareció hacerse universal, excluyendo o tachando de terrorista o antisistema a todo aquel que osara oponerse.

Sin embargo, ya en la tercera década del siglo XXI la unificación de dicho pensamiento ha hecho crisis y la polarización y diversificación de opiniones, posiciones políticas e incluso identidades sexuales nos lleva más a situarnos en esa categoría sociológica que denominó Bauman como la “modernidad líquida”, donde las inconsistencias de las relaciones humanas están por doquier. Dichas inconsistencias, que van desde lo afectivo hasta la volatilidad del mercado laboral, son fomentadas por las redes sociales y la hiperconectividad de la cual es imposible escapar.

La formación de ejecutivos de alto nivel hoy en día nos enfrenta a esas inconsistencias y al cuestionamiento profundo de lo que se espera de un programa universitario y del perfil del egresado del mismo. Esta formación estuvo en las últimas décadas impregnada por el afán de entregar a los ejecutivos una batería de herramientas o “toolkit” de la cual el directivo empresarial podía escoger una; y con esa herramienta mágica, preferiblemente venida de la Harvard Business School (HBS), resolver sus problemas. Pero, como bien nos lo enseñó la pandemia, los entornos son tan cambiantes y las herramientas tan restringidas, que la única palabra que nos quedó fue la resiliencia, es decir la capacidad de superar situaciones traumáticas y adaptarse a entornos poco favorables. La “toolkit” no incluía soluciones a lo que en estos tres últimos años construimos y resolvimos sobre la marcha; y que aún hoy no tenemos claro cómo enfrentar. Retos que ni las más retorcidas inteligencias artificiales nos resuelven, como un cambio climático sin precedentes y la erosión cada vez más real de las democracias por autócratas de izquierda o de derecha, o cosas tan simples como la aparición de un neolengua, al estilo vaticinado por Orwell, que en nombre de la inclusión ha hecho cada vez más difícil la comunicación y más susceptibles a las personas.

Sorpresa, de la buena, ha causado en los mundos de la formación el aumento muy importante y acelerado en el número de inscritos en carreras como la filosofía, como lo leía hace poco en una columna de El Mundo de España. Claro, no para ser filósofos puros, sino para tener una comprensión mejor de la realidad a la hora de aplicar esas herramientas y lo que es mejor a la hora de diseñar nuevas y no esperar a que la todopoderosa Harvard Business School (HBS) o el ChatGPT nos den la salvación. Dos áreas del conocimiento entran entonces en la formación de los directivos y la alta gerencia hoy en día: el saber pensar y comprender la realidad altamente compleja con la filosofía y en general las ciencias humanas; y el diseño para aterrizar ese pensamiento a la realidad de manera efectiva.

Los centennials, como le decimos a aquellos ciudadanos que nunca vieron el siglo XX, nos llevan ventaja al hibridar sus perfiles, aprovechando los dobles grados y la gran oferta de programas para tener capacidades y habilidades diversas. Y ya no será extraño encontrar una antropóloga con doble grado en ciencia de datos y un MBA, que toma cursos cortos de arte. Seguramente, con la experiencia debida, estará mejor preparada y con una creatividad desbordada para enfrentar una pandemia o la crisis de sostenibilidad ambiental y social que se nos avecina. Más preparada que nosotros que nos especializamos tanto que perdimos la visión del entorno. Ahora, nunca es tarde para aprender y las ofertas, de una diversidad increíble, están allí esperándonos.

Cuando se aprende a pensar y a diseñar la innovación resulta fácil. La herramienta es solo eso, una herramienta, si quieres innovar cambia a la “causa eficiente” como la llamaba Aristóteles, que es el escultor detrás de la obra. Él te dirá qué herramienta necesita y si no existe la diseñará y fabricará por sí mismo. Solo piensen en una generación de Alta Gerencia así.

[1] Director del Centro de Innovación y Sostenibilidad, Facultad de Administración de Empresas, Universidad Externado de Colombia, alejandro.boada@uexternado.edu.co